Esta no es una historia cursi, de esas que circulan en redes. Esto me pasó hace ya algunos años en la ciudad de Puebla.
Hace tiempo, en épocas de Felipe Calderón, la Secretaría de Economía hizo una convocatoria nacional de empresas. Por una parte, se presentaban programas de la SE y por otra, empresarios de todo tipo y tamaño, tenían la oportunidad de ser entrevistados por el equipo de consultores para recomendarles el apoyo correspondiente.
Tuve la suerte de formar parte del equipo de consultores que presentábamos programas y al término de las presentaciones, entrevistábamos y aconsejábamos (cuando se podía) a los empresarios. Era un trabajo enriquecedor y desgastante, días muy largos. Podíamos llegar al evento a las 8 de la mañana y salir a las 10 de la noche habiendo entrevistado a 40 o 50 empresas en un solo día.
Recorrimos toda la república con la iniciativa, hubo varios momentos inolvidables. Uno de ellos fue en Puebla, donde tuvimos uno de los eventos más llenos de toda la gira y por tanto, muchísimas entrevistas.
Ya después de muchas y bastante cansado, llegó un señor, humilde, de pueblo, con sus años, más de 70 seguro. Siempre la pregunta era «A qué se dedica su negocio». El señor me empezó a contar su historia. No recuerdo el nombre del señor, pero sí la marca que dejó en mi vida, para siempre.
El señor era afilador de cuchillos, en bicicleta, de esos que van con su silbato, cada vez se escuchan menos, pero los de mi edad o mayores, los recordarán bien.
Pues el señor era un buen afilador, fue consiguiendo clientes y con los años, logró poner un pequeño taller donde afilaba y daba mantenimiento a rebanadoras de jamón, incluidas las de los supermercados de la ciudad. El negocio iba bien, el señor era trabajador y con visión, así que contrató a un «licenciado», alguien con estudios que supiera cómo manejar un negocio, porque el señor no sabía.
Pero me contaba su historia de éxito, cómo había llegado lejos, con trabajo duro, aprendiendo de esas máquinas, tratando de mejorar siempre, preocupado por la calidad del servicio. Me decía que, precisamente, su calidad y atención a sus clientes, es lo que lo había llevado a ser el mejor de Puebla y por eso tenía tanto negocio.
El señor, de hecho, no sabía leer ni escribir. Sabía trabajar, sabía afilar cuchillos, aprendió a reparar máquinas y mantenerlas en excelente estado y por eso es que contrató al «licenciado». Pues bien, el «licenciado» no era una buena persona y lo engañó, poco a poco le fue robando los clientes ya que puso un taller competencia del señor, hasta que el señor se vio obligado a cerrar.
Pues el afilador no se detuvo, en ningún momento se sientió derrotado. El señor tenía una familia que mantener y volvió a empezar, tomó su bicicleta y salió a afilar cuchillos en las calles de Puebla.
Ahí es cuando yo lo conocí, el señor buscaba un pequeño préstamo que le permitiera comprar un poco de equipo para poner nuevamente su taller a sus más de 70 años. En todo el tiempo que me contaba su historia, nunca fue de queja, nunca fue de culpables. Fue de salir adelante, fue de intentar una y otra vez porque se puede mientras haya ganas, energía y vida.
El señor, ahí en el evento de la Secretaría de Economía, lloró al contarme su historia y pedir ayuda. Eran lágrimas desesperadas de quien no sabe qué hacer pero tiene todas las ganas de hacerlo. Yo lo envié con quien podría darle el apoyo adecuado.
Hoy, 28 de Abril de 2020, durante una cuarentena provocada por una pandemia global, vale la reflexión por dos razones:
1.- Porque sin duda el afilador me enseñó que nunca hay que darse por vencido y aunque parezca difícil, hay que intentarlo y no dejar pasar la oportunidad ni por viejos ni por no saber del tema. Siempre hay que intentar. Estamos viviendo una pandemia que dejará un planeta distinto y es importante, para mi al menos, recordar la historia del señor, porque tendremos que empezar de nuevo en muchos sentidos.
2.- Que lo que para nosotros parece poco, para otros es mucho. Ese señor no buscaba más de 10 mil pesos para comprar herramienta y poder poner un negocio. 10 mil pesos que no es ni la mitad de un teléfono de gama alta, vamos, ni siquiera con 10 mil pesos compra uno un teléfono de gama media. Sin embargo, se nos olvidan los otros y pensamos que donde estamos nosotros es el piso.
Los invito a pensar en esas dos cosas: 1) Construir y construirnos mejores al término de esta crisis ( y no es dinero) 2) A pensar en el otro, que tiene otras circunstancias, otras necesidades, otra forma de ver la vida y está parado en otro lugar, ser empáticos, porque de lo contrario, no podremos construir.
Ese día, de ese evento yo salí distinto, con una gran lección de vida, de un afilador analfabeta. Hoy, todos saldremos distintos de una pandemia.